¿Volvemos?
¡Sorpresa!
¿Cómo andan?
Estoy seguro de que no esperaban este mensaje, y sin embargo intuyo que muchos de ustedes querían recibirlo desde hace rato. O al menos eso me han dicho: durante los últimos meses, en diferentes momentos y lugares, me he cruzado con varios lectores del boletín que han elogiado las historias (iba a escribir “contenido”, pero es un término muy manoseado), y con entusiasmo han pedido que continúe la aventura pedalista.
Les cuento: llevo un tiempo dedicado a dos libros, y también he participado en la adaptación de otro que pronto llevarán a la televisión con una archifamosa plataforma (otro término en boga). No puedo quejarme: ha sido una buena época en casa, sosegada y con pocos afanes. Pero ya me pican los pies. Lo dice Steinbeck en su libro Viajes con Charley: “El que ha sido vagabundo alguna vez, lo será siempre”. Guilty!
Tampoco es que haya estado quieto: el año pasado cometí un par de buenas escapadas. A fines de septiembre fui en bici desde Bogotá hasta Armero (180 kilómetros), muy cerca de las ruinas que dejó allí el alud en 1985. Al día siguiente, antes de que amaneciera sobre el caluroso valle del río Magdalena, junto a dos amigos subí la Cordillera Central, en un recorrido (105 kilómetros) que nos llevó de Armero a Líbano, de ahí a Murillo, el municipio más alto del Tolima; y finalmente hasta El Sifón, un cruce de páramo en el Nevado del Ruiz a 4150 metros sobre el nivel del mar. Confesión íntima: en los últimos kilómetros, bajo una llovizna fina, conmovido por la estética imponente de las montañas y sobrecogido por el esfuerzo, lloré un par de veces en la soledad del pedaleo.
En diciembre, para cerrar bien un año de muchas horas sobre el sillín, fui con otros cómplices hasta Barichara: 323 kilómetros en una sola jornada. Durante la larga travesía cruzamos Cundinamarca, Boyacá y Santander, desde las 4:30 de la mañana hasta las 10:00 de la noche. El empleado del hotel, que nos sirvió varias cervezas mientras devorábamos cinco pizzas, nos diagnosticó en la llegada con asombro y humor: “Aquí han venido muchos ciclistas de Bogotá. ¡Pero ustedes son los primeros que lo hacen de un solo totazo!”.
Sigo saliendo en bici por los alrededores de la ciudad tres veces cada semana. Pero echo de menos los viajes, porque son incomparables las sensaciones que provoca un recorrido cuando empieza en un punto y termina en otro distante y distinto: de libertad, de hallazgo relevante. Uno siente que ha descubierto cosas profundas y transformadoras dentro y fuera de uno mismo. Súmenle a esto el paisaje, la comida que hay por el camino, las charlas con la gente y su curiosidad por nuestro itinerario, la luz cambiante... En fin, el encuentro con el ancho mundo al pie de la carretera.
Hace dos días volví de otra excursión ruda, esta vez sin bici: 575 kilómetros de navegación por el río Negro, entre Colombia, Venezuela y Brasil. Empecé en Guainía y bajé por esa arteria hasta São Gabriel da Cachoeira, cuando por fin le di receso a mi cuerpo y tomé un vuelo a Manaos, la inusitada capital de la selva, donde el Amazonas recibe las aguas oscuras de aquel afluente y avanza proceloso hacia un delta que derrama sus aguas en el Atlántico.
Fueron varios días de viaje. Y mientras la embarcación avanzaba sin pausa por la inmensidad de esos cauces, tuve silencio, contemplación y muchas horas para pensar en mis próximos objetivos. En incontables tramos me dejé seducir por el espectáculo de una naturaleza desmesurada, entre curvas vastas donde la belleza encandilaba con lamparazos sorpresivos. Y aunque la dosis fue abundante, como cualquier adicto regresé a casa con ganas de más. Quiero mucho más.
El libro que abre este despacho es un regalo de mi esposa (otra cómplice); una provocación descarada para retomar la ruta con ambición, ahora en un ámbito más amplio que nos empuje a pedalear en busca de historias mayores: no sólo Colombia, sino el resto del globo. En este volumen, y en otros que he coleccionado, abundan trayectos que me seducen.
Una montaña rusa por la costa sur de Cuba: “protegida por montañas moradas que caen hasta el mismísimo Caribe, aprueba con mayor nota en cuanto a magnificencia escarpada”. Una expedición al fin del mundo en la Patagonia: “en las carreteras rectas de la pampa Argentina el manillar se mantiene firme, pero la cabeza deambula en una tierra enorme y vacía que agita recuerdos y emociones, como clamando llenar su vacío”. En Vietnam, una travesía “entre sembradíos de arroz y aldeas atemporales”. En Mongolia, donde sólo el 10 por ciento de las vías están pavimentadas, cicloturismo y acampadas en uno de los territorios menos poblados del planeta.
También un paseo exótico por el mar interior de Seto, en Japón; ascensos dramáticos en el Himalaya indio; cabalgatas solitarias en Bután, Tailandia y China. Si elegimos la civilizada Europa, podemos hidratarnos con buenas cervezas en Baviera; disfrutar un descenso por el Danubio; o completar los grandes picos de Italia, Francia y España, donde los ciclistas profesionales han forjado sus leyendas. Si nos ponemos agrestes, podemos acometer el Tour de África: desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo.
Y esta es sólo una selección breve, porque no alcanzará la vida para descubrir tantas rutas apetecibles. Pero debemos pedalear y explorar mientras haya piernas y corazón. Ustedes pueden participar con ideas, hacer juntos una lista de destinos tentadores y recorrerlos para contar todo en este espacio. Si de verdad quieren retomar las andanzas, sólo tienen que mostrar su compromiso en el botón de suscripciones. No pagarán ahora; es sólo una promesa que me permitirá saber con quiénes cuento.
Somos casi 1300 personas en esta comunidad. Si sólo un tercio de ustedes respalda el proyecto con una suscripción módica, podremos financiar los viajes y recompensar a este grupo con crónicas, fotografías y videos de los destinos visitados. Los más generosos y atrevidos incluso podrán viajar conmigo a un destino elegido por ustedes. Esa será la contraprestación para los comprometidos. El resto, cero presión, seguirá disfrutando del boletín, pero con un menú menos calórico.
Las buenas historias cuestan y valen, y podemos hacerlas si nos juntamos. Por eso pregunto: ¿volvemos?